martes, agosto 01, 2006

Alergia veraniega


Ya conseguí un ventilador. Un Ufesa VS3721 SIBELIS, 40W, 3 velocidades, cabezal ajustable. A pesar de su condición de gama baja para mi no deja de ser un objeto impresionante, hipnótico y aplacador a un tiempo.

Recuerdo un cómic que solía releer en mi infancia que enfocaba la acción en un mundo en el que por fin nos habíamos acabado de cargar la capa de ozono y en el que si alguien no estaba a la sombra a la hora de la siesta acababa como una alita de pollo en el Kentucky Fried Chicken. En esto iba pensando mientras me refugiaba como podía en los soportales para poder llegar a casa tras una tediosa jornada laboral. Después de comprobar que no me había chambuscado nada llamé a mis amigos de jazztel para saber que había pasado con mi ADSL, ausente los últimos días. Quizá le habían regalado mi línea a alguien que lo necesitase mas, a un negrito del tercer mundo o algo así. La misericordia y el humanitarismo (que vocablo) de las compañías dedicadas a los servicios de telefonía e internet no tiene límites, todo el mundo lo sabe. Al tiempo que comprendí que acceder al servicio técnico es poco menos que una quimera (se entiende: cabeza de león, busto de cabra y cola de serpiente) me percaté de mi lamentable estado de sudoración. Dios que calor. Que humedad. Imposible dormir, imposible trabajar, imposible leer (las páginas arrugadas, el cerebro arrugado), imposible ver la tele (no tengo). Alguien debería hacer algo al respecto.

La salvaje ola de calor de este verano ha causado estragos. Aparte de las habituales lipotimias de británicos que conjuntan calcetines con sandalias y de ancianitas que caen fritas por ahorrar en aire acondicionado (quita, quita, si yo estoy bien así...) se han producido otro tipo de males de naturaleza no tan explícita y, por ello, de difícil diagnóstico. Crisis de naturalezas diversas se han extendido cual mal endémico, todo tipo de frustraciones y complejos relacionados con la identidad, el amor, el sexo, el aspecto físico, el trabajo, y con ese término tan moderno y occidental como impreciso que es el de “realización personal”. Las consecuencias son claras: rupturas de parejas, abandonos laborales, bronceados salvajes, consumo disparado y disparatado de ansiolíticos, alcohol, helados y libros de autoayuda y la inesperada aparición de depresiones, ansiedad, y otras reacciones alérgicas. Porque es una alergia, una alergia veraniega. Para mi sorpresa, cuando hablo con algún pobre afectado, es decir, casi con cualquiera, la imagen de unas idílicas vacaciones en paradisíacas playas llenas de palmeras, cócteles exóticos y equilibradas personas del sexo opuesto (que no opositor) ampliamente dispuestas al intercambio de flujos no planea el ambiente de forma omnipresente. Es mas, diría que nadie piensa en eso. Están todos preocupados por su futuro laboral, por la búsqueda de una pareja perfecta, por su estabilidad emocional, por la guerra del Líbano y huevadas de ese tipo. Yo, que soy un tipo listo y conozco los síntomas, decidí no caer como uno más. Depresión no, gracias, ahora no me conviene. Menos aún si supone sumarme a la masa inconsciente de estar afectada por esta maldita alergia. Uno tiene sus ínfulas de exclusividad. Bueno, no muchas, pero tenía combatir el calor, culpable de todos los males de nuestro tiempo.

El camino hasta “El Bazar del Electrodoméstico” fue duro e ingrato, toda una prueba homérica. Las calles eran un reguero de seres humanos sudorosos y feos cargados de bolsas cargadas a su vez de diversos objetos de consumo. El calor y la humanidad hicieron mella en el ánimo pero finalmente, empapado en sudor y exhausto física y mentalmente, alcancé el final de la travesía. Quizá “El Bazar del Electrodoméstico” no fuera tan parecido a Ítaca como a la Isla de las Sirenas. El caso es que cuando leí la Odisea siempre me pregunté porqué el idiota de Ulises no prefirió quedarse en una isla plagada de mujeres hermosas y deseosas a volver a casa con una tipa que estaba a punto de sortearse a si misma en una especie de competición de testosterona. Siempre tendí a la pereza y al hedonismo, lo veo mas civilizado. Bien es cierto que las sirenas tenían cabeza de mujer y cuerpo de pájaro, y que eran un poco asesinas. Mejor recordar el Motín de la Bounty, a Marlon Brando en esa paradisíaca isla del pacífico tratando de convencer a sus subordinados para volver a Inglaterra y salvar su honor, horca mediante. Le quemaron el barco claro, no eran tan gilipollas. El problema es que esto ya no tiene nada que ver con el tema a tratar, me pierde mi condición de citador trágico. En cualquier caso, al fondo de la segunda planta se les oía cantar. Delicioso el sonido de las hélices al batir el aire. Delicioso el fescor. Los distintos modelos estaban dispuestos en orden, de menor a mayor en los estantes, los de pie alargado y los humidificadores en el suelo, equidistantes. Todo tenía un sospechoso aire a instalación de arte contemporáneo. Parado frente a ese glorioso concierto de aire me vino a la mente la imagen de un inmenso cementerio sobre un prado de hierba verde intenso en el que el lugar de las cruces lo ocupaban ventiladores funcionando a plena potencia. La imagen transpiraba una paz infinita.

La dependienta era muy joven, amable, guapa, un poco idiota. ¿Amor? Sin duda yo estaba un poco afectado por mi encuentro con los ventiladores, emocionado si cabe. No vivía una experiencia estética de tal intensidad desde que me metí en aquella video-instalación de Viola en el museo de Arte Contemporáneo de Frankfurt, cuatro años atrás. Apareció su compañera: gorda, ceño fruncido, descolocó un ventilador de una patada. El amor no es ciego. Pensé en decirle algo ingenioso a la guapa, pero no se me ocurrió nada, así que señalé con un índice tembloroso el modelo que quería y con una especie de gruñido acepté que lo metiera en una bolsa. Pagué, fui a casa, lo monté (no estoy para elipsis, el desconcierto se combate apuntalando la realidad) lo encendí en el máximo, el 3, y me senté delante. Mucho mejor. A la mierda la alergia, ya estaba exorcizado.

Esa misma mañana, al entrar en el trabajo y encender el ordenador recibí una llamada. Mi amigo Juanjo, desde una playa de los Caños de Meca y totalmente en hight me aseveró: “si el mundo fuera tan bueno como bello otro gallo nos cantaría”. Es filósofo, así que hay que tomar con cuidado los términos bello y bueno, su afectación tenía sus visos de lucidez. Yo, mientras la ventanita de “Windows se está cargando” me miraba inquisitivamente, le dije “¿bello? ¿de que hablas, que te metiste? ”. El me insistió sin convencerme, pero es evidente que mi paisaje era una pantalla (de un pc, para mas inri) y el suyo una inmensa playa en la que acababa de amanecer, sin despreciar su sugestionado estado de euforia. Quizá, si me hubiera llamado mientras estaba sentado frente al ventilador, le hubiera respondido de otra forma.

5 Respuestas emocionales:

Blogger andrés said...

¿Es cuestión de cantidad entonces? ¿que tal uno sumiso y portátil?

8:19 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

mmmmmmmmmmmmmm
es cuestión de gustos...
te la pierdes!!!!!

1:11 p. m.  
Blogger andrés said...

pero mi ventilador me hace feliz...

5:14 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

tu mismo

7:52 p. m.  
Blogger O de FLANEURETTE said...

y en que fastuoso lugar encerrado de tu casa dejaras al pobre ventilador cuando lleguen, que ya han pasado, los dias frios y secos de invierno?

3:44 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home