
Anticipándose a nuestra más que probable intención de ir a dormir, V decide que vayamos a la playa. Ante la ansiedad de V, P y yo nos acabamos el whisky camino al coche. Pasamos por mi casa, donde cojo una toalla y un bañador y me encuentro con mi vecino, que ha salido al oir mi puerta y que me recuerda una factura de la luz pendiente. –Ahora mismo no me viene muy bien –digo, algo aturdido por el encuentro. V ha puesto el Zooropa de U2 y habla muy animado de como vender al hotel donde trabaja un antiguo proyecto que acabamos de enseñarle. P lo anima y hablamos de presentaciones, porcentajes y derechos registrados mientras los grabo con la videocámara. El sol luce ya implacable. Me siento bien, no quiero proyectos. –
I went out walking / under an atomic sky – canta Johnny Cash. Me duermo mientras veo pasar naves industriales. Zanussi, Serox, Porcelanosa, Seat.
Cuando me despiertan ya estamos en una urbanización de Gavá. Me calzo las gafas de sol y el sombrero de P. Pasamos frente a un club deportivo con pistas de pádel. “Seis a tres.” Pac, pac, pac. “Saco.” Son como las diez, el club está lleno, pero la calle también. Son gente que
ya ha dormido. Frente a nosotros, en el único aparcamiento que queda en la calle, para un Chrysler. Salen un hombre, una mujer y dos niños vestidos con ropa deportiva. Cojen unas mochilas del maletero y se dirigen hacia la playa, como nosotros. Si no teníamos nada que ver con ellos, en la playa las camisas y las americanas nos acaban de delatar, pero nadie parece darse cuenta. Nadie nos mira o nadie nos ve. Nosotros miramos a las chicas y hacemos los comentarios de rigor. V si podría parecer uno de ellos. V tiene coche, está bronceado, va al gimnasio y su bañador no le queda pequeño como a P ni grande como a mi. Dejo las cosas sobre la toalla y me acerco a la playa. Pienso en que pasé la noche diciendo idioteces, usando esa ironía cada vez más entrenada que me protege de los enfrentamientos, que me separa de las confesiones. El sol pega duro y juraría que mi piel es blanca y fina como un folio de ochenta gramos. Me apetece bañarme, meto el dedo gordo del pie en el agua. Está congelada. La maldigo y me vuelvo a dormir a la toalla.
Hemos comido pollo asado, suena Nacho Vegas, me he quemado ligeramente, la sensación es placentera. V habla de sus planes en Venezuela. Nos cuenta que allí el dinero parecería más y las chicas son más calientes. No se me ocurren mejores motivos. P también tiene planes, pero no sabe muy bien donde desarrollarlos. Miro la carretera. Llevo tres años y medio aquí. Seat, Porcelanosa, Serox, Zanussi. Siento que, en este mismo momento, algo ha terminado y algo empieza, pero no tengo ni idea de el qué ni porqué.