Un día de estos voy a celebrar mi cumpleaños

¿me puede repetir la pregunta que le acabo de hacer?
En el asiento de atrás hay un negro que no para de hablar en un altísimo y afectado tono de voz en un idioma que no reconozco. A su lado hay otro negro que no para de asentir. Las valerianas no sirven para nada, ni siquiera de placebo. Tampoco el medio litro de cerveza que bebí antes de subir al autobús. Mi compañera de asiento, una anglosajona rosada con una sudadera que reza St. Andrews’s College, está leyendo las primeras páginas de Lunar Park. Veo dos posibilidades de acercamiento: hacerle notar la graciosa coincidencia entre el nombre del college y el mío propio o hablar de lo que está leyendo, de la tormentosa relación entre Easton Ellis y su padre, un personaje acomplejado, violento y retrógrado que generó la mayor parte de la ira y el desprecio por el género humano que rezuman libros como el que tiene entre las manos. Cruzamos una tímida mirada y decido centrarme en la televisión. Es la última de
No es obligatorio salir del bus en la parada de Esteras de Medinaceli, pero decido estirar las piernas. A un lado de la carretera está el parador con esa especie de restaurante-supermercado y al otro asoman las escasas casas del pueblo anticipando el inmenso paisaje de los campos de Castilla. La luz crepuscular perfila el ondulado paisaje, contrastándolo con las nubes anaranjadas que devienen en jirones violáceos a medida que se alejan del sol que empieza a esconderse. Supongo que debería ser algo suficiente para tener una intensa experiencia estética o sentimental, digno de una poesía o algo así. Tardo poco en dirigirme al restaurante, donde me tomo un café con leche viendo los resúmenes de la jornada de liga.
En The Passenger hay una charla entre Jack Nicholson y el hombre al que suplantará, que está mirando el desierto de Sahara desde la terraza. El segundo le pregunta al primero si le gustan los paisajes. – Me gustan más las personas- responde Jack. – En los paisajes también hay personas- le acaba replicando.
El tránsito no tiene sentido en sí, sólo quiero dormirme para que pase lo antes posible, llegar y dejar que la vida siga. De las veces que realicé este trayecto sólo recuerdo aquella en la que fui acompañado. Probablemente, por haber escrito, recuerde también ésta.