jueves, agosto 10, 2006

Roy (elogio de la pereza)


Ayer, al ir a la cocina a servirme un habana club con coca cola, me encontré con que había un perezoso colgado del grifo del fregadero. El perezoso de tres dedos o perezoso tridáctilo (Bradypus tridactylus) es un mamífero originario del amazonas con un metabolismo especialmente lento que le lleva a pasar todo el día colgado panza arriba y a moverse con inusitada parsimonia. Una especie de peluche apestoso en continuo “bullet time”, como cuando se pegaban tiros en Matrix. Al parecer su importancia en la cadena trófica (la razón de su existencia) es formar parte de la dieta de diversas alimañas y ser vendidos en el mercado negro por redes de contrabando. La naturaleza, decía un amigo mío, es una enorme cochinada. Una interminable cadena piramidal de seres espoleados por el hambre a comerse a otros seres. Una orgía de brutalidad continua y sin finalidad aparente, vamos. Prefiero los centros comerciales.

El caso es que el bicho me miraba. Por más que la expresión de su rostro evocaba cierta humanidad, no conseguí detectar ningún síntoma de inteligencia. Dios se lució el día que te creó, chaval. Esa misma mañana leí en un periódico que las costas del mediterráneo se estaban llenando de medusas venenosas, jaquetones picotos (una variedad nómada del tiburón blanco), y una voraz alga roja muy similar a la que describió H.G.Wells en La guerra de los mundos. Teniendo en cuenta un contexto como éste no me iba nada mal, así que le serví un cubata al patético animal.

Tres dedos son suficientes para asir un vaso de tubo si hay suficiente sed. Estuvimos mirándonos el uno al otro mientras bebíamos. En el cuento Axolotl de Cortázar un tipo se queda mirando fijamente a estos pacíficos anfibios (una especie de salamandra paliducha y atontada) de tal forma que acaba siendo uno de ellos. Cortázar es un escritor gracioso, seductor, simpático, siempre profuso en referencias culturales y poéticas de tintes romanticistas y siempre dispuesto a realizar con el desenlace final una pirueta que lo haga sorprendente y paradójico. Ideal para mujeres y guiones de animación 3D. Yo no pensaba acabar siendo un perezoso (el animal, se entiende), pero si que empecé a sentir cierta envidia de Roy (ya que no me daba ningún dato sobre su nombre decidí bautizarlo por mi cuenta y con habana club, cosa que creo agradeció por un ligerísimo rictus que noté en su ojo izquierdo), se le veía sereno.

En cualquier caso se trata de un interlocutor de lo más útil. Hablé largo y tendido sobre Mi Vida mientras Roy mantenía su mirada en mí dando la fraudulenta sensación de que me prestaba atención e incluso de que me comprendía y se interesaba. Como un psicólogo, vamos. Era su postura (colgado, la copa sobre la panza) lo que definitivamente relativizaba mi discurso acerca de mis deseos de llegar vivo y coleando a mis vacaciones tras unas últimas maratonianas jornadas de trabajo que fueron sobrellevabas a base de alcohol, nicotina y chistes desesperados, colofón a un año disparatado y en ocasiones frenético, de alto consumo. ¿Valió la pena Roy? ¿Hay un hueco para mí en el grifo del fregadero? Con un movimiento casi imperceptible, Roy había logrado dirigir su mirada hacia la nevera.

viernes, agosto 04, 2006

La lista de la compra

La compra de ayer: 1 garrafa de agua de 5 l., 1 caja de leche semidesnatada, 1 paquete de chocolatinas con caramelo, 1 mocho de fregona, 14 latas de cerveza. La cajera lo pasó todo sin inmutarse, debe haber visto de todo la pobre, o quizá ya no evalúe el carácter de las compras. Yo si lo hago, mera curiosidad morbosa. Un tipo con aspecto de profesor universitario espera una cola de media hora para pagar un cartón de vino. Dos paquistaníes llevan 500 paquetes de harina y 500 botellas de aceite de girasol. Una familia sudamericana lleva un carro lleno de latas de cerveza, latas de tomate y arroz. Una pareja gay luce dos cestas llenas de productos variados con la cualidad común de tener envases de colores chillones. Dos alemanas semidesnudas llevan dos manzanas, cuatro pizzas margarita, una caja de tampones y una botella de wiski de una baratísima marca que en otro tiempo me hizo pasar dos días sobre la taza del wc. Una señora de unos 60 años, muy pintada, pasa por caja todo tipo de lácteos y algunas latas de comida precocinada. Le revisan el bolso antes de salir.

Como leí en algun lado, a partir de cierto momento la vida se vuelve fundamentalmente administrativa. Tratar de no quemarse en el trabajo, cuidar el dinero para llegar a fin de mes, mantener el tono físico en la medida de lo posible, eyacular con regularidad, poner lavadoras, divertirse de vez en cuando para evitar depresiones, comer varias veces al día. Puro mantenimiento. Decía Vázquez Montalbán que la vida empieza cuando acaba la historia. La película dura hasta que matan al malo y el bueno se besa con la chica. A partir de ese beso no hay nada que filmar, y si se hiciese a nadie le apetecería verlo.

jueves, agosto 03, 2006

Estoy más bien mal

Estoy más bien mal
como pájaro en la mano de un niño,
como pez en la playa
como huérfano en asilo.
Estoy mal sin amor,
Sin buen amor,
porque cerveza tengo
cuando lo quiera yo

Gloria Fuertes

martes, agosto 01, 2006

un mal de Batty

Parafraseando parcialmente al Montano del enfermo (de literatura) de Vila Matas, me confieso y afirmo como citador trágico. Incluso cuando no cito. El ingente consumo de material audiovisual (mayormente) y literario (irresponsablemente) que cometí en mi adolescencia me afectó de tal forma que todo aquello de lo que tengo noticia, ya sea por experiencia propia o por boca o ojos o poros ajenos, aparece en mi mente acompañado de una segunda imagen, paralela, correspondiente al material referido. Que todo lo relaciono con películas y con libros, vamos. Esta historia tiene mucho parecido con las de algunos superhéroes (me vienen muchos a la mente, así es esta enfermedad), que tras un hecho traumático (en mi caso una convalecencia) adoptan ciertos superpoderes (en mi caso la condición de citador trágico) y, en definitiva, se convierten en freaks.

Alergia veraniega


Ya conseguí un ventilador. Un Ufesa VS3721 SIBELIS, 40W, 3 velocidades, cabezal ajustable. A pesar de su condición de gama baja para mi no deja de ser un objeto impresionante, hipnótico y aplacador a un tiempo.

Recuerdo un cómic que solía releer en mi infancia que enfocaba la acción en un mundo en el que por fin nos habíamos acabado de cargar la capa de ozono y en el que si alguien no estaba a la sombra a la hora de la siesta acababa como una alita de pollo en el Kentucky Fried Chicken. En esto iba pensando mientras me refugiaba como podía en los soportales para poder llegar a casa tras una tediosa jornada laboral. Después de comprobar que no me había chambuscado nada llamé a mis amigos de jazztel para saber que había pasado con mi ADSL, ausente los últimos días. Quizá le habían regalado mi línea a alguien que lo necesitase mas, a un negrito del tercer mundo o algo así. La misericordia y el humanitarismo (que vocablo) de las compañías dedicadas a los servicios de telefonía e internet no tiene límites, todo el mundo lo sabe. Al tiempo que comprendí que acceder al servicio técnico es poco menos que una quimera (se entiende: cabeza de león, busto de cabra y cola de serpiente) me percaté de mi lamentable estado de sudoración. Dios que calor. Que humedad. Imposible dormir, imposible trabajar, imposible leer (las páginas arrugadas, el cerebro arrugado), imposible ver la tele (no tengo). Alguien debería hacer algo al respecto.

La salvaje ola de calor de este verano ha causado estragos. Aparte de las habituales lipotimias de británicos que conjuntan calcetines con sandalias y de ancianitas que caen fritas por ahorrar en aire acondicionado (quita, quita, si yo estoy bien así...) se han producido otro tipo de males de naturaleza no tan explícita y, por ello, de difícil diagnóstico. Crisis de naturalezas diversas se han extendido cual mal endémico, todo tipo de frustraciones y complejos relacionados con la identidad, el amor, el sexo, el aspecto físico, el trabajo, y con ese término tan moderno y occidental como impreciso que es el de “realización personal”. Las consecuencias son claras: rupturas de parejas, abandonos laborales, bronceados salvajes, consumo disparado y disparatado de ansiolíticos, alcohol, helados y libros de autoayuda y la inesperada aparición de depresiones, ansiedad, y otras reacciones alérgicas. Porque es una alergia, una alergia veraniega. Para mi sorpresa, cuando hablo con algún pobre afectado, es decir, casi con cualquiera, la imagen de unas idílicas vacaciones en paradisíacas playas llenas de palmeras, cócteles exóticos y equilibradas personas del sexo opuesto (que no opositor) ampliamente dispuestas al intercambio de flujos no planea el ambiente de forma omnipresente. Es mas, diría que nadie piensa en eso. Están todos preocupados por su futuro laboral, por la búsqueda de una pareja perfecta, por su estabilidad emocional, por la guerra del Líbano y huevadas de ese tipo. Yo, que soy un tipo listo y conozco los síntomas, decidí no caer como uno más. Depresión no, gracias, ahora no me conviene. Menos aún si supone sumarme a la masa inconsciente de estar afectada por esta maldita alergia. Uno tiene sus ínfulas de exclusividad. Bueno, no muchas, pero tenía combatir el calor, culpable de todos los males de nuestro tiempo.

El camino hasta “El Bazar del Electrodoméstico” fue duro e ingrato, toda una prueba homérica. Las calles eran un reguero de seres humanos sudorosos y feos cargados de bolsas cargadas a su vez de diversos objetos de consumo. El calor y la humanidad hicieron mella en el ánimo pero finalmente, empapado en sudor y exhausto física y mentalmente, alcancé el final de la travesía. Quizá “El Bazar del Electrodoméstico” no fuera tan parecido a Ítaca como a la Isla de las Sirenas. El caso es que cuando leí la Odisea siempre me pregunté porqué el idiota de Ulises no prefirió quedarse en una isla plagada de mujeres hermosas y deseosas a volver a casa con una tipa que estaba a punto de sortearse a si misma en una especie de competición de testosterona. Siempre tendí a la pereza y al hedonismo, lo veo mas civilizado. Bien es cierto que las sirenas tenían cabeza de mujer y cuerpo de pájaro, y que eran un poco asesinas. Mejor recordar el Motín de la Bounty, a Marlon Brando en esa paradisíaca isla del pacífico tratando de convencer a sus subordinados para volver a Inglaterra y salvar su honor, horca mediante. Le quemaron el barco claro, no eran tan gilipollas. El problema es que esto ya no tiene nada que ver con el tema a tratar, me pierde mi condición de citador trágico. En cualquier caso, al fondo de la segunda planta se les oía cantar. Delicioso el sonido de las hélices al batir el aire. Delicioso el fescor. Los distintos modelos estaban dispuestos en orden, de menor a mayor en los estantes, los de pie alargado y los humidificadores en el suelo, equidistantes. Todo tenía un sospechoso aire a instalación de arte contemporáneo. Parado frente a ese glorioso concierto de aire me vino a la mente la imagen de un inmenso cementerio sobre un prado de hierba verde intenso en el que el lugar de las cruces lo ocupaban ventiladores funcionando a plena potencia. La imagen transpiraba una paz infinita.

La dependienta era muy joven, amable, guapa, un poco idiota. ¿Amor? Sin duda yo estaba un poco afectado por mi encuentro con los ventiladores, emocionado si cabe. No vivía una experiencia estética de tal intensidad desde que me metí en aquella video-instalación de Viola en el museo de Arte Contemporáneo de Frankfurt, cuatro años atrás. Apareció su compañera: gorda, ceño fruncido, descolocó un ventilador de una patada. El amor no es ciego. Pensé en decirle algo ingenioso a la guapa, pero no se me ocurrió nada, así que señalé con un índice tembloroso el modelo que quería y con una especie de gruñido acepté que lo metiera en una bolsa. Pagué, fui a casa, lo monté (no estoy para elipsis, el desconcierto se combate apuntalando la realidad) lo encendí en el máximo, el 3, y me senté delante. Mucho mejor. A la mierda la alergia, ya estaba exorcizado.

Esa misma mañana, al entrar en el trabajo y encender el ordenador recibí una llamada. Mi amigo Juanjo, desde una playa de los Caños de Meca y totalmente en hight me aseveró: “si el mundo fuera tan bueno como bello otro gallo nos cantaría”. Es filósofo, así que hay que tomar con cuidado los términos bello y bueno, su afectación tenía sus visos de lucidez. Yo, mientras la ventanita de “Windows se está cargando” me miraba inquisitivamente, le dije “¿bello? ¿de que hablas, que te metiste? ”. El me insistió sin convencerme, pero es evidente que mi paisaje era una pantalla (de un pc, para mas inri) y el suyo una inmensa playa en la que acababa de amanecer, sin despreciar su sugestionado estado de euforia. Quizá, si me hubiera llamado mientras estaba sentado frente al ventilador, le hubiera respondido de otra forma.