miércoles, febrero 28, 2007

de paso (juntos o revueltos)

En el asiento de atrás hay un negro que no para de hablar en un altísimo y afectado tono de voz en un idioma que no reconozco. A su lado hay otro negro que no para de asentir. Las valerianas no sirven para nada, ni siquiera de placebo. Tampoco el medio litro de cerveza que bebí antes de subir al autobús. Mi compañera de asiento, una anglosajona rosada con una sudadera que reza St. Andrews’s College, está leyendo las primeras páginas de Lunar Park. Veo dos posibilidades de acercamiento: hacerle notar la graciosa coincidencia entre el nombre del college y el mío propio o hablar de lo que está leyendo, de la tormentosa relación entre Easton Ellis y su padre, un personaje acomplejado, violento y retrógrado que generó la mayor parte de la ira y el desprecio por el género humano que rezuman libros como el que tiene entre las manos. Cruzamos una tímida mirada y decido centrarme en la televisión. Es la última de La Pantera Rosa. Afortunadamente no tiene sonido abierto, aunque me planteo comprar unos auriculares (1€, al lado del conductor). El inspector Clouseau conduce a toda velocidad por las calles de París de forma que en una curva se desprende la sirena, que impacta violentamente contra la cabeza de una anciana vestida de forma esperpéntica. La acción continúa, pero me quedo pensando en el más que seguro traumatismo craneoencefálico de la vieja, en el hospital, en las reacciones familiares. Hay murmullos irónicos cuando el conductor vuelve a insistir en que nadie se descalce. Ciertamente, apesta. Sospecho de los mochileros del fondo. La guiri levanta la cabeza interesada y aprovecho para comentarle que me gustó el libro que está leyendo. Ante su mirada pétrea se lo repito en inglés, a lo que responde “yes?” con una igualmente pétrea media sonrisa. No vuelve a mirarme en lo que queda de trayecto.

No es obligatorio salir del bus en la parada de Esteras de Medinaceli, pero decido estirar las piernas. A un lado de la carretera está el parador con esa especie de restaurante-supermercado y al otro asoman las escasas casas del pueblo anticipando el inmenso paisaje de los campos de Castilla. La luz crepuscular perfila el ondulado paisaje, contrastándolo con las nubes anaranjadas que devienen en jirones violáceos a medida que se alejan del sol que empieza a esconderse. Supongo que debería ser algo suficiente para tener una intensa experiencia estética o sentimental, digno de una poesía o algo así. Tardo poco en dirigirme al restaurante, donde me tomo un café con leche viendo los resúmenes de la jornada de liga.

En The Passenger hay una charla entre Jack Nicholson y el hombre al que suplantará, que está mirando el desierto de Sahara desde la terraza. El segundo le pregunta al primero si le gustan los paisajes. – Me gustan más las personas- responde Jack. – En los paisajes también hay personas- le acaba replicando.

El tránsito no tiene sentido en sí, sólo quiero dormirme para que pase lo antes posible, llegar y dejar que la vida siga. De las veces que realicé este trayecto sólo recuerdo aquella en la que fui acompañado. Probablemente, por haber escrito, recuerde también ésta.

martes, febrero 20, 2007

el planeta de los simios


¿Para qué sirven los hombres? El biólogo especializado en medicina nuclear Michel Djerzinski se hace esta cuestión en el momento de plantearse un nuevo paradigma reproductivo en la raza humana. Las pulsiones masculinas pueden saciarse con competiciones deportivas o, en el peor de los casos, con la necesidad de “hacer avanzar la historia” por medio de revoluciones y guerras fundamentalmente. Para Djerzinski una sociedad regida por el rol femenino (de carácter maternalmente conservador) sería mejor a todas luces. Los cambios históricos se producirían con mayor lentitud pero sin el absurdo y traumático sufrimiento que causa cotidianamente la vanidad y violencia innata del género masculino. Partiendo de tales planteamientos y habida cuenta del desarrollo de la genetica a principios del s.XXI es fácil imaginarse que es lo que se le pasaba por la cabeza a Michel.

Aunque el término chimpancé se aplica comunmente al pan troglodytes se trata de un género que incluye también a otra especie, el pan paniscus, comunmente conocido como bonobo. Las diferencias entre ambas especies son muy significativas. El primero, de mayor tamaño y fuerza física, practica una estructura social jerárquica piramidal donde la cúspide la ocupan los machos dominantes a través de conductas agresivas hacia sus congéneres que van desde el enfrentamiento violento entre los machos hasta la eliminación de las crías masculinas (potenciales competidores) con probados episodios de canibalismo incluídos. La práctica patriarcal incluye el sometimiento y posesión exclusiva de las hembras. Por contra, los bonobos practican una sociedad matriarcal en la que el poder está repartido horizontalmente donde las hembras ostentan un estatus superior. El sexo tiene un protagonismo absoluto, siendo practicado de forma continua y absolutamente diversificada, incluyendo todas las prácticas imaginables (sexo en grupo, homosexualidad masculina y femenina, sexo oral...) sin mediar sentido posesivo alguno. La resolución de conflictos suele darse por medio de encuentros sexuales (como forma de liberación de tensiones o pago de una deuda) y las crías son protegidas por igual por todo el grupo al no ser pertenecientes de ningún clan o familia específica. Ambas especies tienen una proximidad genética al ser humano cercana al 100%.

Mi madre estaba viendo un fragmento de un programa de Laura Bozzo cuando la llamaron por teléfono y se enteró de que su compañera de trabajo en el hospital había intentado suicidarse por ingestion masiva de ibuprofenos al enterarse que su marido, cirujano, tenía un affair con el anestesista. Ya había tenido noticia de infidelidades con otras mujeres, pero no pudo soportar que ésta vez fuera con un hombre. Para mi sorpresa, mi madre se mostró comprensiva ante tal desesperación. En la television dos gorilas (del género de los que custodian puertas de discotecas) trataban tímidamente de separar al enrabietado marido de una rolliza mujer de aquel que acababa de declararse como su amante. La lógica socio-sentimental de las relaciones humanas y su infinita capacidad de generar dolor se escapaba, una vez más, de mi entendimiento.

lunes, febrero 12, 2007

Entre copas (de la ternura socialdemócrata)


- Estoy apático
- Ya

En la pantalla del garito proyectan una película. Un tipo vestido de tirolés que me recuerda mucho a Terrence Hill fustiga a un viejo con flequillo y bigote hitlerianos. El viejito está de pie, follándose al ritmo espasmódico de los latigazos a una chica encadenada. El camarero, de impecable traje negro, me cobra nueve euros por cada gin tonic.

- Que hijo de puta - digo antes de sentarme, pero J no me presta la más mínima atención y sigue con su monólogo.
- Es este inconformismo. Nunca estaré contento. La gente me ve bien, muchos me envidian, algunos me admiran. Pero ellos no saben. Yo no me gusto. No tengo ganas de nada. Desidia absoluta.
- Es típico en este mundillo, ya se te pasará

El tirolés, tras usar una polla de goma, ha comenzado a sodomizar al homólogo hitleriano con la suya propia. Suena una canción francesa. Jacques brel, creo. Le recito a J una serie de tópicos acerca de la imposibilidad de la felicidad en el mundo postcontemporáneo (la soledad, la exigencia, la inestabilidad, la castración de los afectos, la realidad de la vejez y la muerte) para que se sienta comprendido y así tratar de aliviarlo un poco, pero su mirada extraviada me dice que sigue sin escucharme.

- Hubo un tiempo que me volví paranoico. Creí que me había vuelto loco y que ya no se me iba a pasar. Esto nadie lo sabe.
- Es normal, tarde o temprano nos pasa a todos - Inmediatamente le hablo sobre las ventajas de contar las cosas moderadamente, ya que las debilidades expuestas acaban usándolas contra uno. El tirolés tira una piraña del tamaño de un atún a la bañera donde se está divirtiendo Hitler. El agua se tiñe de rojo. Una pareja sentada frente a nosotros se muere de la risa.

- He pensado en el suicidio
- ¿Y quién no? - me enciendo otro cigarro. En la pantalla un tipo vestido de Policía Montada Canadiense con un hacha clavada en la espalda atraviesa a otro con una sierra eléctrica. Un par de chicas desnudas se abrazan aterrorizadas. Inmediatamente se muestran excitadas y empiezan a lamerse los pezones. Se que no tiene arreglo. Le recomiendo que haga deporte, que tome vitaminas, que no lea mucho, que trate de no estar solo. Pido dos copas más.

jueves, febrero 08, 2007

Este vals, este vals, este vals, este vals,

Esto es algo que sucede algunas mañanas. A través de la ranura que dejan las puertas (entrecerradas o entreabiertas) de la ventana de mi habitación se cuela el reflejo del exterior que se proyecta invertido sobre la blancura del techo, donde se pueden ver pasar los difusos reflejos de los coches que circulan por calle Aragó. Casi todos los vehículos son blancos, pero también los hay rojos, azules y amarillos. Por el tamaño se pueden distinguir los camiones y las furgonetas. El efecto siguiente es de una dulce hipnosis acompasada por la cadencia cíclica que les marca el semáforo de la esquina. Dos blancos, uno rojo, uno blanco, uno azul, silencio.

Algunos días he tenido la suerte de pasarlos metido en la cámara estenopeica en la que se transforma el cuarto. Contando coches, contando colores. Así sin más, encerrado en mi propio Chott el Djerid .El único indicativo de que existe el tiempo es la inclinación que va tomando la proyección hasta desaparecer.

Algún día de agosto de 1999 estaba con un amigo en la noria de Viena mirando los mismos puntitos negros que cincuenta años atrás miraran desde el mismo lugar Joseph Cotten y Orson Welles en esa conocida escena de “The Third Man”. No llegamos a preguntamos sobre los problemas deontológicos de eliminar aquellos insignificantes y ajenos puntitos animados en beneficio propio. Ni yo era el corrupto Harry Lime ni él era el escritor de novelas baratas Holly Martins, pero juraría que los puntos si eran los mismos. Al menos eran exactamente iguales. Nuestro único crimen fue dejar un par de caricaturas nuestras rotuladas en la ya rotuladísima cabina que espero volver a ver algún día.

Un día, en plena sesión de cámara estenopeica, junto con el sempiterno reflejo de los vehículos entró en el cuarto el sonido de un violento frenazo y un posterior choque. Después las sirenas. Las manchitas dejaron de pasar por unos minutos. Hasta que pasó una blanca, una azul, dos blancas, una roja, silencio.

domingo, febrero 04, 2007

para Fitzcarraldo, donner

Si estás metido en el ajo lo principal al entrar en una inauguración es hacerlo con la cabeza bien alta. Es algo que, aunque pueda inducir a lo contrario, nada tiene que ver con el orgullo. Un observador advertido nos vería a todos entrando con el mentón erguido y los ojos inquietos, analizando con velocidad la situación. Quienes están, con quienes están y cómo están vestidos.

Llevo una camisa Claiborne, una chaqueta de polipiel de Adolfo Domínguez, unos pantalones oscuros de H&M (aunque parecen mejores) y unos Fosco de punta cuadrada combinados con unas medias Perry Ellis. Mi amigo P también va vestido. No conocemos nada de los artistas ni su obra, pero nos han invitado y sabemos que en el MACBA suelen ser generosos con el catering.

Para ver la expo hay que subir un par de plantas o tres, así que vamos primero a por un par de copas de tinto. Es fácil distinguir los grupos. Hay artistas, galeristas locales y extranjeros, estudiantes de arte y algunos skaters que suelen patinar en las rampas de fuera atraídos exclusivamente por la bebida gratis. Ya servidos se nos acerca C, que toma champagne. –Que tal, que estais haciendo- es la primera curiosidad de C, que fue profesor de ambos y lleva unos Camper de piel oscura con cordones rojos. –Nos dijeron que hoy ponían sushi- respondo, y reímos los tres. Se refería a nosotros, claro. Le hablo de arte. Le hablo de cosas que hice como si aún siguieran vivas, de cosas que estoy haciendo y de cosas que me gustaría hacer algún día como si también las estuviera haciendo. Dejo caer como de pasada que tengo un trabajo e inmediatamente le paso la pelota: -¿Terminaste ya la película?- Nos dice que si, que ahora está a la búsqueda de distribuidora. Inmediatamente desvía el tema: -Me están funcionando muy bien las videoinstalaciones-. C tampoco conoce a los artistas, una pareja de canadienses que dicen hacer esculturas sonoras, pero si que ha visto la expo y le preguntamos por ella. -Hay que ver las piezas de uno en uno, así que hay cola-, es la respuesta. –Es un mal día para verla- digo, y los tres asentimos. Hablamos un poco sobre la oleada de rumanos (irónicamente, la mayoría son de ideología de extrema derecha) que hay en Castellón y de sus intenciones de hacer arte a partir de ello. – Igual me pego un viajecito por Rumanía- nos adelanta antes de que nos despidamos. –Avisadme de lo que esteis haciendo- nos dice entonces. –Mañana mismo te mando un mail, seguimos en contacto- concluyo con una sonrisa. Tengo curiosidad por saber que será eso de la escultura sonora.

No nos dejan entrar con la copa en la sala, así que nos la bebemos de un trago y hacemos el gesto de que vamos a dejarla en un Palazuelo que tiene aspecto de papelera cubista ante la alarma de la vigilante, una señora embutida en traje negro y camisa blanca y con una enorme corbata roja. Si le sacara una foto parecería un montaje. Subimos tres plantas para confirmar que efectivamente hay unas colas que no pensamos guardar, así que nos apoyamos en la barandilla, desde donde nos quedamos mirando a la multitud y las bandejas de canapés que se mueven tres plantas más abajo. En el otro extremo hay un guarda (traje negro, camisa blanca, corbata roja) haciendo exactamente lo mismo que nosotros.

Al igual que la mayoría, no estamos dispuestos a esperar colas para ver arte pero si a luchar por los canapés (que vuelan, algunos literalmente). Tras agarrar cuatro o cinco a pesar de los codazos de un hombre de unos setenta años con una histriónica camisa floreada y de un galerista (vestido de Armani, creo) pedimos más vino y nos encontramos con M & N, tan guapas y adorables como de costumbre. -¿Que tal, qué estais haciendo?-, preguntan inmediatamente, diría que a dúo. Le repetimos aproximadamente lo que le dijimos a C., aunque en este caso no se me ocurre nombrar el trabajo, cosa que no me dejaría en muy buen lugar, más cuando estoy compartiendo una colectiva con ellas. Aprovechamos para criticar a algunos compañeros de la muestra que, evidentemente, no están presentes. También hablamos de viajes, galerías, ARCO y pasteles. M & N tampoco saben de que va la expo ni tienen intención de subir a verla. Nos despedimos: -Os llamo pronto, seguimos en contacto-.

La sala se va vaciando conforme nos vamos emborrachando. La conversación divaga entre el sentido del arte y lo buenas que están las tías que tenemos alrededor. Hay unos skaters quejándose amargamente de que ya no sirven más cerveza. Mientras observo la combinación de unas medias con enormes lunares con unos afilados tacones blancos, a P y a mi se nos ocurre una película y estamos convencidos de que la haremos, cosa que suele sucedernos cada vez que se nos sube el alcohol. Antes de volver a casa comemos algo en un kebap en el que están poniendo en pantalla grande el Sevilla-Betis. Hablamos de Kinski y de Herzog, de lo locos que estaban. El partido acaba en empate a cero.